Solo en 2019, según datos oficiales de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de 1.000 personas migrantes (aproximadamente la mitad de la población de Bustarviejo) murieron en el Mediterráneo tratando de alcanzar las costas de Italia, Grecia, Malta o España. Desde 2013 lo han hecho más de 15.000 (algo así como 6 veces la población de Bustarviejo).
Es muy probable además que estas cifras no reflejen ni mucho menos la verdadera dimensión de la tragedia. El mar es un cementerio lleno de sepulturas sin nombre. El sistema capitalista globalizado en el que vivimos hace que las fronteras entre el continente europeo y africano sean muy permeables para la circulación (y el expolio) de recursos naturales, mercancías y capitales, pero no así para las personas.
Arriesgan su vida y la de sus familias muchas veces sin ni tan siquiera saber nadar. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), estima que 1 de cada 52 personas migrantes perece tratando de alcanzar las costas europeas.
2016 fue un punto de inflexión con un asqueroso récord: 5.000 muertes (dos veces la población de Bustarviejo). En ese mismo año, en nuestro pueblo, y tras un acuerdo plenario municipal, la bandera de la Unión Europea desapareció del balcón del Ayuntamiento. Era la manera de mostrar nuestra indignación y denunciar su política que, lejos de ofrecer protección y asilo a las personas que huyen de la guerra, la persecución, la violencia y la pobreza, empezó a practicar la xenofobia y la exclusión institucional.
A partir de ese año, y merced a un acuerdo entre los líderes europeos, todas las personas migrantes –incluidas las demandantes de asilo sirias y de cualquier otra nacionalidad– que llegan a la Unión Europea a través de Grecia son deportadas a Turquía para su posterior expulsión a sus países de origen. A cambio, los Estados de la Unión se comprometen a reubicar en sus países a un número equivalente de personas refugiadas sirias, además de adoptar otras medidas económicas y políticas a favor del Estado turco.
Esta estrategia política fue definida por Amnistía Internacional (AI) como absolutamente vergonzosa. Es cierto que en Europa hemos acogido a algunas personas refugiadas procedentes de Siria, pero nada comparado con las que han sido expulsadas desde Turquía y, sobre todo, las que siguen en una situación cuanto menos penosa en los campos.
De hecho, AI describía la situación así: “En las islas griegas se evidencia el trágico coste humano del acuerdo. Miles de solicitantes de asilo, sin permiso para marcharse, viven en un tortuoso limbo. Hombres, mujeres, niños y niñas se consumen en condiciones inhumanas, durmiendo en endebles tiendas de campaña y soportando nevadas, y en ocasiones sufren violentos crímenes de odio”.
Os compartimos otros seis datos para la reflexión:
- Hasta ahora, apenas 25.000 refugiados procedentes Turquía han sido reubicados en la UE. Si tenemos en cuenta que en Turquía hay unos 3,6 millones, esa cifra es como un grano de arena en el desierto.
- En 2018, España solo había acogido el 9% de su cuota de reubicación, esto es, 1.359 solicitantes de asilo que llegaron por mar a las costas de Grecia e Italia de un compromiso total de 15.888 personas.
- En el mes de julio de 2019, Turquía aseguraba que había deportado a 43.000 inmigrantes irregulares desde Estambul y esperaba llegar a los 80.000 antes de final de año.
- Hasta el mes de octubre de 2019, los guardacostas turcos han interceptado a unos 36.000 refugiados en el mar Egeo cuando pretendían llegar por mar a las costas de Grecia.
- A día de hoy, la ONU estima que hay al menos 1,65 millones de personas necesitadas de asistencia humanitaria en el noreste de Siria que lleva ocho años en guerra.
- De los 333.355 solicitantes de asilo a los que se les otorgó el estado de protección en la UE en 2018, más de una cuarta parte provino de Siria, devastada por la guerra, con Afganistán e Irak en segundo y tercer lugar, respectivamente. En todos estos países, los civiles hacen frente a amenazas como conflictos armados, violaciones de derechos humanos o persecución.
Creíamos y creemos que son razones suficientes para hacer algo desde la esfera municipal, como mínimo tener un gesto político: mantener la retirada de la bandera de la Unión Europea como una denuncia ante esta gravísima crisis humanitaria y volver a colgarla una vez se empiecen a tomar medidas políticas para dar solución a esta enorme tragedia.
También es una pequeña muestra de solidaridad con las familias de miles de personas que han perdido a sus seres queridos ahogados en el Mediterráneo. Un mar que separa el continente europeo del africano y que del punto más cercano – el Estrecho de Gibraltar- únicamente nos separan 14 kilómetros (casi la misma distancia entre Bustarviejo y el vecino pueblo de Venturada).
El pasado 27 de diciembre otra decisión plenaria –con los votos a favor de PSOE y PP y en contra de AVB e UIUP- devolvía la bandera de la UE al Ayuntamiento de Bustarviejo. De hecho, la enseña europea ondea desde hace días. No puede ser de otra manera.
Sin embargo, de todo este asunto, quizás lo más nos inquieta son algunas manifestaciones sobre la conveniencia de que en Bustarviejo se traten, analicen o valoren decisiones que, en teoría, no tienen que ver ni con nuestro día a día ni con nuestro ámbito local. En ese sentido, creemos que los ciudadanos y ciudadanas tenemos derecho a la discusión y participación política en cualquiera de sus escalones: municipal, provincial, nacional y europeo.
Bajo nuestro punto de vista, la inmigración tiene más que ver con la libertad, la solidaridad y la humanidad. Detrás de cada historia migratoria, hay personas en busca de una vida mejor y más segura para ellas y sus familias. Así de sencillo. España tiene una larga tradición de inmigrantes. ¿Acaso nuestros padres, madres o abuelos y abuelas iban a robar? ¿Tan lejos nos queda el recuerdo de los cerca de 34.000 niños y niñas que tuvieron que ser evacuados de España para evitar los horrores de la guerra civil? ¿Los jóvenes que durante la crisis se han tenido que marchar a buscarse la vida fuera también quitan el trabajo a los nacionales?
Por eso ni en 2016 ni ahora podemos mirar hacia otro lado ni dejar de sentirnos impelidos por el dolor ajeno. No deberíamos dar la espalda a los que están sufriendo. No deberíamos cerrarles las puertas ni condenarlos al horror de la guerra y la miseria. No es una política aceptable. No es ético. No es humano.
Finalmente, desde la AVB queremos manifestar nuestra repulsa ante comentarios xenófobos, racistas y aporofóbicos (miedo y rechazo a las personas pobres) que, a raíz de este asunto, tristemente hemos podido leer en las redes sociales, aspecto que contrasta con la generosidad y solidaridad que ha demostrado siempre el pueblo de Bustarviejo y las gentes de la Sierra Norte de Madrid.